martes, 22 de noviembre de 2011

granizada

Como si el cielo se partiera en pedazos,
aúllo de dolor y de ansia de cariño,
sobre los escalones que danzan
hasta la puerta del infierno.

el método Tomás Bretoni



Conozco un hombre que debería estar muerto, o al menos moribundo, y es Tomás Bretoni. Pocos habrán escuchado hablar de él. No se le conoce más que por dos libros secuenciales en su argumento: Los tigres salvajes, que habla de la soledad de los hombres en ésta época en la que todo el mundo está irremediablemente solo, y La barca, que habla de la compañía, pero no solo de la compañía, sino de la forma en que la compañía se convierte a veces en una trampa o tabla de salvación en medio del caos para no seguir buscando nada. La barca también habla sobre la inocencia y la ternura y el amor, pero sobre todo del parasitismo emocional, camuflado o perfeccionado hasta el punto de parecer más bien tolerancia doméstica y respeto común. Sin embargo, tanto la soledad como el amor son dos fuerzas infalibles, y éso no corresponde a un secreto. Pero hay algo más: el hombre (en este caso, yo o Bretoni o cualquier otro) no tiene derecho a escoger sobre nada que tenga que ver con el afecto, ni con la falta de compañía. Escogemos sobre qué calle tomar para ir a que nos maten en alguna plaza de Medellín, escogemos sobre las marcas de licor o de cigarrillo que compramos, escogemos sobre la ropa que nos ponemos cada día, pero nunca podremos escoger ser felices o desdichados. Se nace triste y solitario, y a la vez se está condenado a una lucidez que es peor que la peste, o bien se nace bajo la buena estrella y entonces se es más feliz que un perro hambriento en una carnicería. Lo único que importa, piensa Bretoni, o pienso yo que piensa Bretoni después de haber leído su biografía, es permanecer despiertos, y vivir nuestra vida hasta llegar hasta el fondo de todo, como cuando se cae en un abismo y ya no se sabe cuánto tiempo habrá de transcurrir antes de que nos encontremos con el reflejo de la muerte. Esa es la única salida, o el remedio infalible: un pequeño encuentro con la muerte, un juego de salón en el que la dama huesuda nos diga que al final, sin importar lo que hagamos, ella siempre será la ganadora, y estaremos curados de la idiotez de la dicha abotagada y de la obcecación de la miseria. Bretoni debió morir muchas veces para poder escribir sus novelas, debió haber sido muy valiente o muy tonto… aunque esencialmente valiente…

jueves, 17 de noviembre de 2011

viaje-libros-sexo



Estoy solo en Bogotá. Hace muchos meses que no caminaba por la carrera séptima ni me fumaba tantos cigarrillos en un solo día. No cocino más que en las mañanas, y ceno cualquier cosa cuando los restaurantes están por cerrar. No he visto las estrellas desde que dejé Chía hace unos días. Hoy va a ser una tarde estupenda. Tengo dinero y estoy cargado de energía, como si tuviera una bomba de tiempo en el estómago. Ya no me duelen las muelas ni las extremidades del cuerpo. A veces pienso en X, y me la imagino sentada en la barra de su comedor comiendo pastelitos con café y escuchando a Lou Reed. Nunca sabré si lo que sentimos es amor, o es apenas una forma de morir con la jeta sonriente y el pene erecto. X es un precipicio, un acantilado, un arma apretujada contra los riñones. Todo el tiempo me sonríe y camina por la habitación como si buscara algo. Una vez me preguntó: ¿es realmente importante la poesía y la gloria y el amor? Esa noche follamos y al final yo le dije que no, que nada en el mundo era tan importante como para renunciar a una migaja de compañía. Pronto estaré en Medellín o en cualquier otra parte, y haré lo mismo que hago siempre desde que cumplí catorce años y descubrí la eternidad en los versos de un filósofo desconocido. Preparo mi cuerpo para lo peor, pero desconozco mi suerte, mi destino, mi última locomoción antes de que la carretera se acabe y mis ojos se abran como dos focos eléctricos.

Así es como debe ser.

Ya es mediodía en la capital, y el sol que desgarra las nubes comienza a calentar los charcos de agua sucia en donde beben los perros. Ayer por la noche vi como un hombre reventaba a patadas a un indigente y lo dejaba tirado en el piso; luego pensé en una selva en donde millones de animales salvajes me despedazaban y se engullían mis órganos. ¿Qué hago en Bogotá?, me pregunté, y el chino del restaurante en donde me encontraba sentado se tendió sobre una pila de cajas de cerveza y me pidió que no intentara interferir en ninguna escena de violencia que tuviera lugar en la acera de su negocio. La maldad y el envilecimiento son como una peste, una enfermedad del alma, una neurosis colectiva. Leo los libros que compré en el bazar de la calle Concordia y pongo cintas de colores en las páginas que me llaman la atención. Duermo sobre un colchón en el piso, y ya no me da frío en las noches porque Javier compró un calefactor para descongelarse los pies en cuanto llega del trabajo. Junto a nuestra pieza vive una actriz con su hijo, y a veces los escucho llorar a los dos juntos a través de la pared que separa nuestras vidas, pero no espero nada. Mis manos ya no son tan suaves como antes, y a veces parecen puños de hierro. Todos los días camino como un vagabundo sin empleo: berreo cuando no puedo escribir, tomo mis medicamentos y lavo los platos que ensucio después de comer. Dicen que afuera se está llevando una gran lucha, y es posible que alguien toque a mi puerta esperando que salga a la calle y me una a las manifestaciones de inconformismo y rabia que inocula las mentes de mi generación. Yo paseo por mi cuarto y de vez en cuando me asomo a la ventana para ver los autos que pasan a toda velocidad. En la cocina hay una despensa llena de comida. Los días de hambre han terminado, me digo, pero aun no comprendo lo que se debe hacer para dejar de ser un hijo de puta hombre triste.

Me siento como un zorro perseguido por los perros.

En guardia.

viernes, 23 de septiembre de 2011

elegía de un pobre inocente



La primera vez que leí a Dino Buzzati yo era un canijo de 14 años que quería aprender a ser hombre. ¿Cómo se forma un hombre en una época triste como la nuestra? No haciéndose pajas. Eso es seguro. Pero tampoco leyendo a Buzzati ni a Papini ni a ningún otro escritor que se les parezca. Un hombre es alguien que ha ganado en experiencia lo que los años le han quitado en testosterona, y como a mí me ha tocado vivir más de la cuenta ahora soy un híbrido lleno de esmegma juvenil y empirismo espurio, por lo que puedo arriesgarme a dar algunos consejos.

1. Lean a Hemingway y a Jack London y a Cormac McCarthy.

2. Váyanse a vivir solos a un lugar en donde nadie los conozca.

3. No se suiciden hasta no estar seguros de que no queda nada en la despensa.

4. Follen con prostitutas, o con mujeres dispuestas a ser tan tristes como prostitutas.

5. Beban cerveza u otro licor.

6. Exploren sus propios abismos del alma.

7. Trabajen duro por algunos billetes.

8. No esperen que su chica los comprenda nunca.

9. Golpeen primero, siempre.

10. Es más barato comprar el tabaco por cartones.

11. Confíen en los consejos de los mayores.

12. No confíen en nadie, ni siquiera en los mayores.

13. No gasten demasiado en los casinos.

14. Cuando puedan, compren una buena navaja.

15. Mientan siempre que les pregunten sobre su vida personal.

16. Cultiven la holgazanería y el desparpajo.

17. Frente a la depresión sólo quedan dos alternativas: matarse de una buena vez o vivir intensamente cada momento de la vida.

18. Finjan bien, finjan como si de verdad les doliera vivir.

¿Vale de algo decir que todas estas recomendaciones han sido producto de mi última muerte? Le pregunté a un amigo mío sobre lo que debía hacer un adolescente triste como yo para sacarse de encima la melancolía, y él me respondió que uno debía templar el carácter y hacerse el loco si no se quiere terminar con un proyectil en la cabeza. Ahora soy un adolescente que acaba de morir…

Dixi.

domingo, 28 de agosto de 2011

a propósito de los falos y las vaginas y otras desavenencias



Reflexionar sobre el sexo y los falos y las vaginas es algo que muy pocas personas hacen. Los que se dedican a reflexionar sobre el sexo, por lo general, son señores y señoritas que casi nunca lo han practicado como quisieran. Lo mismo quienes escriben filosofía de la vida: ellos escriben sobre lo que no tienen. Escribir sobre el amor es padecer su ausencia. Escribir sobre la libertad es no tenerla. Los que escriben sobre penes y vaginas lo hacen porque la vida les negó la oportunidad de utilizar sus aparatos sexuales, de otra manera no estarían escribiendo, sino follando.

Por otro lado, nuestras partes íntimas muy pocas veces nos invitan a la reflexión, sino a todo lo contrario, y esto es también lo más bonito del mundo: la naturaleza salvaje. Lo dice alguien que cada día escribe menos y vive más, y al que por tanto ya no le queda otro pretexto para garrapatear palabras que intentar ganarse algunos pesos para su sustento. De lo contrario no afirmaría lo siguiente: reflexionar sobre el sexo es igual a perder el tiempo. Tener sexo es ganarle algunos segundos a la vida. Tener sexo y sentir amor por la persona que nos acompaña, sea hombre o mujer, es alcanzar lo más escurridizo que existe: la felicidad.

Tres premisas para vivir.

Ahora sigamos perdiendo el tiempo.

Digamos que queremos comenzar una nueva vida en la que el sexo sea algo tan puro como sentarse bajo la lluvia en un parque descampado, o en donde el hecho de aceptar una propuesta de amor sea lo mismo que entregarse a un placer inocente. ¿Qué hacemos? Por lo general, nada. La madurez nos llama a levantar algunas defensas contra los peligros, y una cosa es cierta: el sexo es peligroso, el amor es peligroso, la vida es un peligro. Por eso debemos actuar con cautela y hacer un llamado a la razón cada vez que nos damos cuenta de que un simple coqueteo, por obra y gracia de la inercia sexual, está por convertirse en una cópula. Uno se tiene que proteger contra los riesgos físicos y emocionales, y es entonces cuando los adultos se comienzan a convertir en unos pobres cabrones.

La madurez sexual es eso: convertirse en un cabrón, y ser adulto significa convertirse en un cobarde.

No obstante, a lo largo de la historia los cabrones siempre fueron vistos como los chivos diabólicos que se tiraban a las damiselas en el bosque. No es así en nuestra época. Ser un cabrón significa pensar que se puede ver por encima de los propios instintos, e ignorarlos. Ser un cabrón también puede ser el hecho de estar seguro de quiénes somos, cuando solo nos conocemos en las circunstancias que nos han rodeado siempre. La verdad es que no hay nada más complejo que lo que somos, y una cosa es ver por encima de los instintos y otra muy distinta es ignorarlos y hacerlos a un lado de nuestro camino y creer que de esta manera nos estamos convirtiendo en nuestros propios dueños.

Falso.

Nadie es dueño de lo que siente, ni siquiera de lo que piensa. Nos gusta creer que sí, pero eso es imposible. Lo único de lo que somos dueños es de nuestra muerte, y la mala fortuna de haber nacido mortales nos hace temerla y desear la eternidad. La noticia de última hora es que la muerte es más una amiga que un verdugo implacable, y su presencia está implícita en el acto amoroso, en el orgasmo, así como en el concepto de la eternidad. Tener sexo es morir un poco, y es acercarse un poco a la eternidad. El sexo es la muerte. La vida es lo que sigue después del sexo. La eternidad es un instante irrecuperable. El orgasmo es tal vez el único momento de infinitud al que los hombres podemos aspirar.

Tal vez el sexo de los animales sea el acto más sabio de la naturaleza. Los animales buscan sobrevivir, y cuando llegan a la edad en que se puede follar se limitan a actuar con inocencia. Los hombres no somos así. Nosotros somos más complicados: vivimos un sueño en el que la razón tiene la soberanía suprema sobre cualquier otra virtud, y al sexo lo hemos reducido hasta la escala más baja: algo que estamos obligados a hacer para poder llevar una vida plena. Eso nos lo enseñó Freud. El sexo por el sexo es un arte de degenerados, y nadie quiere que lo vean como un degenerado ni como un esclavo del deseo. Hoy día pasa con el sexo lo mismo que ocurre con la lectura. Cada vez se piensa más y más en el producto de lo que hacemos, y no en el hecho de hacer las cosas por hacerlas. El sentimiento de la obligación es lo que caracteriza a casi todas las dinámicas humanas en las que se puede hallar algún placer. Buscamos a las personas sólo para no volvernos locos, y no para reconciliarnos con el mundo. Leemos porque nos dicen que leer es un buen hábito, y entre más títulos se haya leído más culto se es, ¿no? Ya ni siquiera se come por el placer de comer, sino para darle al cuerpo más vitaminas de las que necesita en cantidades graciosamente medidas, y eso lo hacemos porque creemos que así es como se debe vivir.

A mí me gusta casi todo lo que me como, y ese gusto refinado lo he formado a lo largo de muchas temporadas de hambre. Llevarse un alimento a la boca es suficiente razón para saltar de alegría. Tener sexo con alguien que realmente nos guste es para morirse de la felicidad. Transgredir la vida significa vivir lo que queremos vivir por el placer de hacerlo, sin importar lo que los demás piensen. Tener sexo por el placer de tenerlo. Leer por el placer de leer. Todo es cuestión de formarse un código de comportamiento personal, no para toda nuestra vida, sino para cada una de las facetas que debemos desarrollar dentro de ella. En el trabajo hay que ser un excelente profesional. En las cantinas, un guarro incorregible. En la cama, un animal inteligente. Lo peor que nos puede pasar es que con el tiempo desarrollemos una leve esquizofrenia, pero la esquizofrenia no es más que una alteración de nosotros mismos para descubrir lo que también somos, y en esa medida no hay que tener más miedo de ella que el que sentimos por la cara que vemos cada mañana en el espejo.

Uno puede descubrir que es un asesino en potencia, o que puede amar infinitamente. En eso debería consistir el arte de vivir, de hecho: en saber que podemos ser muchas cosas, que podemos elegir sobre lo que hacemos, que podemos prescindir de casi todo lo que tenemos y luego escoger lo que más nos gusta. Lo irónico es que líneas arriba escribí que los seres humanos no somos dueños de nada, salvo de nuestra muerte. Bueno, también podríamos llegar a ser dueños de nuestro destino, si nos lo propusiéramos. Lo que pasa es que es más fácil no ser el dueño de una carga tan pesada, porque así podemos culpar a otros de nuestra idiotez y llorar cada vez que nos sentimos como hormigas perdidas en el desierto.

El sexo es una de aquellas cosas que se suelen tomar como factores de riesgo moral y físico. De hecho, eso pasa con todos los placeres: nos sacan del camino, nos distraen de las metas más altas. Pero ¿cuál es el camino y cuáles son las metas más altas? Nada de lo que hagamos podrá cambiar el mundo, si es que eso es lo que queremos. Una vez pensé que si lograba escribir una novela maravillosa podría cambiar el futuro de mi país, pero mi país me relegó a vivir en pocilgas por más de cinco años y a morir de pena y autocompasión. Entonces descubrí que las palabras no sirven para nada más que para entretener a las mentes que se creen listas, y el escritor no puede hacer otra cosa que tratar de sacar una ganancia de ello.

La sexualidad hace parte del camino tanto como cualquier otra cosa. Quien busca la vida, inevitablemente se topa con el sexo. Eso es tan natural como entrar en el bosque y encontrarse con un árbol o con una alimaña. Quienes se niegan a entrar en la espesura de la manigua por lo general son personas que se esconden detrás de sus oficios o de su solemnidad o de su ética para no correr ningún riesgo. Son necios, y deberían ser crucificados. Buscan la respuesta a su vida en la religión o en el cine o en los libros que escribieron los sabios, cuando el único sentido de la vida está afuera, en la calle, y no ven que los libros son sólo una ayuda, porque ninguna edición del Tao ni de la Biblia nos puede enseñar a amar sin correr el riesgo de sentir dolor, o a practicar el coito como maestros, o a silbar una tonada mientras caminamos de regreso a casa. Todo lo que es fundamental en la vida se aprende en el acto, y nunca por medio de la palabra escrita. Aprender a silbar es fundamental, ligar es fundamental. Me atrevería a decir que quien no sabe silbar con despreocupación es porque tampoco sabe ligar, ya que estas dos características van indisolublemente adheridas a la vida de los hombres sencillos y felices. Todo el mundo sabe que tupirle a miriñaque es una de aquellas cosas que podemos hacer muy bien, así que, ¿por qué no hacerlo cuantas veces se pueda? En la práctica está la verdadera destreza del artista, y para vivir hay que aprender a ser un artista del trapecio, alguien que es capaz de guardar el equilibrio en cualquier circunstancia, por más duras y abrumadoras que nos parezcan.

Por supuesto, el coito no es duro ni abrumador. Lo duro y abrumador realmente consiste en la tarea de llevarse a alguien a la cama. Esa es la principal fuente de odio e insatisfacción que existe en el mundo. En el fondo, todos los problemas económicos y políticos y sociales que han tenido lugar en los cinco continentes del globo se deben a hombres que nunca tiraron como hubieran querido, y que nunca fueron amados por nadie porque eran asquerosos y estúpidos. Pienso en Mancuso o en don Berna, o en Pinochet. Hombres hambrientos de sexo y poder que se negaron a aceptar su condición de perdedores, y que luego se convirtieron al evangelio de la infamia para adquirir respeto; ellos fueron los que ocasionaron la Segunda Guerra Mundial, la invasión a Iraq y Afganistán, las múltiples masacres que han ocurrido en los países atrasados.

La gloria no sería un premio apetecible si no prometiera la gracia del sexo fácil. Eso lo saben muy bien los políticos y militares, y algunos deportistas famosos. También lo intuyen otras personas, como los integrantes de los grupos al margen de la ley que habitan en las universidades públicas. La mayoría de los estudiantes que alimentan estos grupos son imberbes que nunca han tenido novia ni han follado como debieran, y buscan su propia gloria, aunque sus ideales estén más orientados al sacrificio y la redención social que a la riqueza material. Defienden ideas fácilmente rebatibles, se esmeran por alcanzar una fantasía utópica, pero son incapaces de crecer más allá de lo que les permite el peso de su propia ideología. En esa medida, una cosa se hace clara: no importa si lo que guía a los hombres son sus ideales o las ganas de hacerse repugnantemente ricos e importantes, la ambición siempre será obtener aquello de lo que se ha carecido, y en este caso ya sabemos lo que es.

Todo el mundo quiere ligar.

Ahora ya no sé que más podría decir acerca de los falos y las vaginas. Veo que ni siquiera estoy utilizando las citas y los argumentos que caracterizan a un verdadero ensayista. El ensayista es alguien que busca convencer a sus lectores de lo que dice, y para eso utiliza locuciones y referencias a obras maestras que le dan autoridad, pero yo no pretendo convencer a nadie de nada. Cuanto más, quisiera continuar escribiendo palabras sólo por el hecho de hacerlo, y decir algunas cosas que me parecen importantes. Por ejemplo: es bueno coger con la barriga llena. Aunque no haya amor de por medio, eso también se parece a la felicidad.

Otra cosa que habría que saber acerca del sexo es que no siempre es una experiencia gratificante. Inicialmente, pertenecemos a una generación en donde el coito no es un tema vedado, sino que es algo que cualquier persona conoce porque lo ha visto o porque le han contado o porque lo ha hecho. Se nos enseña que debemos ser responsables con nuestra sexualidad, pero a la vez se nos bombardea con miedo y vejación, y muchas veces la primera relación sexual resulta ser una decepción muy lejana a la fantasía erótica que imaginamos porque carece de espontaneidad y amor, pero sobre todo porque la precede el miedo.

No hay nada que se asimile tan fácilmente como el miedo. Nuestros padres lo aprendieron muy bien, y nos lo transmitieron como una baba en la sangre. El miedo es lo que hace que la mayoría de las personas se pierdan en sus propias vidas y se conformen con ser lo que les piden que sean. Todo el sistema está hecho para decirte lo que deberías ser, y mientras más se cree en una aparente independencia, más hundido se está en el autoengaño y el desatino. Nadie puede saber lo que realmente quiere hacer con su vida si no otea todas sus opciones, y por lo general siempre hay opciones, sólo que a nosotros nos enseñaron que para triunfar no quedan más que algunas pocas: hacerse profesional, trabajar y amasar fortuna, ascender de clase. Ésa es la regla con que miden nuestras capacidades, y aquellos que no alcanzan el nivel de las expectativas con que nos postulan para alcanzar el mañana (un mañana que se disuelve en un presente de constante esfuerzo y trabajo) son llamados fracasados, y aquellos otros que no se adaptan y quieren escapar de ése parámetro simplemente no lo hacen porque les aterra lo desconocido; es decir, la senda del perdedor. Se quedan chapoteando y retorciéndose y moviendo las bronqueas como peces fuera del agua. Follan mal, porque nadie que viva en la mentira puede follar bien, y mueren rodeados de hijos que repetirán su condición de cobardes.

La honestidad es un requisito ineludible para tener buen sexo. Los que son honestos mueren con una sonrisa en la cara, y tiran hasta el último día de sus vidas. Sé que mis palabras parecen las sentencias de alguien que conoce al dedillo todo lo que dice, pero eso sólo es así porque son las palabras de un escritor. Lo mismo valdría si alguien se me acercara en la calle para refutar lo que digo. No me importa. Sólo yo creo en lo que digo: bailo solo, rio solo, canto solo y con eso me basta para continuar deslizando frases en esta línea textual que no me lleva a ningún lado, pero que le brinda consuelo y sentido a mis días.

Recordaos: semen retentum venenum est

miércoles, 20 de julio de 2011


Ya he vivido a menudo
entre los hombres
y conozco cuanto puedo experimentar,
de lo más bajo a lo más alto...
En el fondo
soy todos los hombres de la historia.

Friedrich Nietzsche

sábado, 16 de julio de 2011

la templanza

Salgo hasta el frente de mi casa
y fumo un cigarrillo con filtro de los que solía fumar Jhon.
Ahora Jhon está lejos
y yo no sé qué hacer:
fumarme mi cigarrillo en paz me hace pensar en Jhon.
Lo imagino solo,
con un cigarrillo entre los dedos,
viendo la pantalla profunda de su computador.
La ventana de su departamento deja salir,
como una esclusa abierta,
el humo de su cigarro.
Valeria debe estar desnuda en algún cuarto oscuro
al que Jhon le ha quitado la única bombilla.
Cada vez que pienso en Jhon pienso en mí,
como si fuéramos hermanos sin saberlo
y estuviéramos predestinados a morir en una lucha cuerpo a cuerpo.
Él y yo, muertos.
En la eternidad nos volveríamos a ver,
nos romperíamos la cara de nuevo y luego nos echaríamos a llorar.
Estás palabras son muy poca cosa
en nuestra muerte.

lunes, 11 de julio de 2011

Perder el tiempo es permitir que nos distraiga la soledad, sentir pena por lo que perdemos, desear lo que no tenemos.

Quieres poseer el tiempo.
Eres el tiempo,
el dueño de los espasmos del tiempo.
La ola que duerme
bajo el mar embravecido.
El dolor te ha hecho duro,
pero la música te emblandece el corazón.
No tienes nada en absoluto que pueda valer
lo que vale un sueño enloquecido
de adolescente inmortal…
Furia o amor
son la misma maldición:
un hombre que se crucifica frente a un espejo invisible.

domingo, 3 de julio de 2011

no pretender ser nadie (por mal camino he de aprender)

Me descubro hoy como el tripulante
de una nave fantasma.
El mar se parte en dos
para que los sueños de un anciano
pasen y se refugien al otro lado del desierto.
No sé qué es ni cuándo seré
ni en dónde estaremos cuando nos volvamos a encontrar.
Sé que soy yo, pero no sé lo que soy.
Sólo lo sospecho.

Soy una intuición de libertad.

sábado, 25 de junio de 2011

this is about freedom













lunes, 30 de mayo de 2011

En el marco de la breve historia de un individuo


El alma de los hombres está en constante movimiento. La puerta que separa mi carne del infinito. El auto que acelera hacia una montaña en llamas. Un adolescente encerrado en un cuarto diminuto, sin pasta para el tabaco y a punto de morir de soledad. Los amigos que ya no volverás a ver nunca. El gato que se frota contra las piernas de Sandy. Las uñas rojas de la secretaria en cinta. Y notas que la chica que se ha subido al autobús y se pavonea frente a ti está perfecta para follar y abrazarla un par de horas en la cama, pero ¿quién va a querer salir con un falso estudiante, sin seguridad médica, sin trabajo, sin futuro en el magisterio del éxito profesional? Subes al vehículo y le entregas tu tiquete estudiantil al gordo que está al volante. ¿Es eso una erección? ¿Lo es? ¿Lo es? El deseo es una mezcla de semen y soledad, y entonces observas el rostro de la colegiala entre las figuras inútiles de los demás pasajeros. Un túnel infinito entre tus cojones y su clítoris es suficiente razón para echarse a llorar. Medellín es una dama que fuma cigarrillos mientras se sumerge en gasolina. Las calles son como sombras absurdas en un bosque poblado de criaturas y edificios siniestros. Tu erección es lo único que podría contradecir tu falta de fe en el amor y la compañía. Tu sufrimiento no existe, pero tampoco la felicidad, y ya es hora de crecer un poco, trabajar, tener un perro o quizá algunos hijos. Te sientes solo en la universidad, pero siempre estás solo. Vienes a casa y lloras un poco y luego recuerdas tu sueño. La imaginación lo es todo. Tu cuerpo es una pobre carroña, pero mientras haya imaginación estás salvado. ¿Cómo se crea de la nada una forma bella? Hurgas en tu espíritu. Fumas un cigarrillo. Sabes que la soledad será larga y más te vale aprovecharla. Dios es quien besa mi boca en el espejo. ¿Cuánta soledad serás capaz de soportar antes de volverte loco? La felicidad se esfuma y en su lugar sólo queda el espíritu: la lucidez. Comprender tu vida a través de la imaginación es saber lo que podría llegar a ser aunque no lo sea nunca. Y bajas del autobús y caminas por Medellín y todo parece azul neutro, o margarita, pero nadie te espera en ninguna parte. El perro que arrastra su culo sobre el piso de la enfermería. Una mujer. Una imagen. Un punk de cresta roja que bebe cerveza y piensa en los aeroplanos. Saber que se está caminando en la dirección correcta, pero sin saber a dónde. Incertidumbre. ¿Cuántas flores guarda mi alma? Procuro buscar la soledad y la desestabilización. El amor es infinito, pero el pánico es más efectivo en algunos momentos. Tres jabalíes blancos que flotan sobre la selva espumosa de tu espíritu. Me niego a utilizar mi inteligencia, a riesgo de que el infinito se convierta en orgullo. Todas las mañanas veo el mismo demonio junto a mí. No tolero a mis amigos, que esperan algo que yo jamás les podré dar. ¿Qué tan fuerte puede ser un sueño?

viernes, 28 de enero de 2011

La curación por el espíritu, de Stefan Zweig



En un tiempo en donde la ciencia y la razón lo son todo y en donde además pululan las personas repulsivas en el poder y los que creen o sospechan que algo anda mal se convierten en estiércol social o en comidilla para la desazón, para el fracaso, para la autoflagelación; en un tiempo así no queda otra opción que salvarse por medio del espíritu.

Esa es la tesis de Stefan Zweig en un libro de 450 páginas que escribió para no suicidarse antes de tiempo. ¿Cómo sabe uno cuál es la verdadera hora de nuestra muerte? Cuando ya no se puede hacer otra cosa que matarse. ¿Cómo sabe uno que aun no se puede volver loco? Cuando ya no se puede hacer más que sucumbir al pánico y la desesperación. ¿Y qué viene después?

Rta: el comienzo de algo, de cualquier cosa.

Pero ésta entrada no va discurrir sobre las zonas oscuras del alma humana, más bien se va a limitar a comentar el trabajo de un escritor fundamental, de un judío escarmentado, de un santo.

El libro de Zweig se divide en tres partes. Comienza con la biografía de un alemán a quien le parece que los imanes están cargados de una energía milagrosa que puede llegar a curar. Ése es Mesmer. Luego el mismo alemán descubre que los imanes no sirven para una mierda, sino que el alivio deriva de la sugestión que él mismo logra sobre sus pacientes. ¿Por qué?, se pregunta Mesmer, pero el pobre lunático se muere antes de encontrar una respuesta.

La segunda parte está dirigida a la vida y obra de Mary Baker-Eddy, muy conocida a principios del siglo pasado por ser la fundadora de una de las sectas religiosas más prósperas en todo el mundo: La ciencia cristiana. Mary Baker decía que el mundo real era una ilusión, pero su chocho siempre estuvo lo suficientemente caliente como para meterle dulcemente los dólares que ganó con su doctrina. Todo es una ilusión, decía la madre Mary a sus discípulos, y después se murió y su cuerpo fue enterrado en un ataúd de oro de 87 quilates.

Después Stefan Zweig escribe un opúsculo sobre la figura de Sigmund Freud. Aquí termina el libro y la conclusión es que el hombre no puede reprimir los deseos de su espíritu si es que quiere evitar los estados de histeria nerviosa. ¿Pero entonces qué debe hacer el hombre? Seguir los deseos de su inconsciente. ¿Y cuál es ése inconsciente, en dónde está? Ese es el espíritu de los hombres. No se sabe cómo coño llegó ahí, pero está formado de maldad y bondad al mismo tiempo. Nos puede hacer follar con amor o con perversión, con mística o con la verga henchida de maldad y morbo.

MORBO MORBO MORBO: relamo mis los labios.

Eso somos nosotros. Los dioses están locos.

jueves, 20 de enero de 2011

McOndo, la antología



Si algo hemos aprendido de Alberto Fuguet y de McOndo S.L. es que los escritores post-boom pueden escribir como Jaime Bayly sin sentir vergüenza. Eso no tiene discusión. También comprendimos que los movimientos literarios son sólo un lugar común en el que se encuentran uno o dos escritores sobresalientes y una suma mayor de parroquianos dispuestos a vender el alma por una publicación. Esas son dos cosas. Lo que además de todo pudimos asimilar es que si un aprendiz de escritor quiere llegar a crear una obra maestra debe hacerlo con un estilo totalmente distinto al del mainstream del momento. El ejemplo más claro de esto es el que cimentó la obra de Roberto Bolaño, que vivió al margen de toda su generación mientras Santiago Gamboa perseguía la sombra de la vieja escuela y se iba de putas en parís y se hacía pupilo de Julio Ramón Ribeyro. Eso en el caso colombiano. Por otra parte, el resto de quienes en el 96 apostillaron su nombre a la antología de Fuguet y Sergio Ramirez se encontraron en una encrucijada de perspectivas: el pop, la cocaína, la ciudad, el desencanto, pero jamás lograron encontrar la médula que proponía su propia forma de hacer literatura. Sólo uno: Rodrigo Fresán, que es el caso argentino y que aparece en ésta línea discursiva precisamente para confirmar mi teoría de que las vanguardias son sólo un grupo de polisones que se embarcan en un velero mercante, le venden su culo al mejor postor, y luego zozobran, dejando uno o dos sobrevivientes.

La generación de McOndo hiso un gran trabajo. Les dijo a los nuevos escritores cómo era que no se debía escribir, pero hasta eso está bien si pensamos en la dialéctica histórica. Ahora los que quedamos sabemos que es mejor rehuir todo tipo de colectividad si queremos dar con una sola página que valga la pena. Antes que asociarse en compuestos gremiales se hace necesaria la segregación. Un verdadero escritor no se forma dentro de un velero mercante, que es la forma en que Fuguet decidió establecerse a sí mismo y a su obra, sino que se lanza al mar montado sobre una cáscara de nuez en la que sólo caben él y sus sueños, y una estufa y un colchón. Claro que para un grupo de individuos sin espíritu de renuncia la única manera de sobrevivir en la selva de las editoriales es uniendo sus fuerzas, y es ahí en donde aparece McOndo con su brazo unificador, que de paso le zanjó al mundo el problema de la identidad hispanoamericana con una respuesta clara: los escritores hispanos no tienen identidad, sino que son los hijos huérfanos de una madre que los parió en una alcantarilla de residuos culturales, entre los miasmas de España y Estados Unidos y las deyecciones que el narcotráfico ha esparcido en México y Colombia.

¿Cuántos árboles se talan al día para que se pueda imprimir un tiraje considerablemente alto de libros basura? Una pregunta lanzada al aire. Pensemos en McOndo. Se sabe de marras que los novelistas escriben lo que pueden, lo que está dentro de sus posibilidades. No lo que quieren. Sin embargo, un mal novelista que logra ser publicado es ya un criminal ecológico y un contaminador de cerebros en masa, pues en el sólo hecho de contratar con una editorial se puede entrever el uso indiscriminado de papel para copiar y la amenaza de un número indeterminado de libros que no vale la pena leer en el mercado.

Jaime Bayly escribe como un mariquita demasiado lúcido para prestarle atención a la calidad literaria de sus libros. Fuguet escribe como un mariquita que sí se preocupa por la forma y el contenido de sus libros, pero ninguno ha logrado nada verdaderamente laudable en el oficio de Capote y Henry James…

¿continuará?

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