En un tiempo en donde la ciencia y la razón lo son todo y en donde además pululan las personas repulsivas en el poder y los que creen o sospechan que algo anda mal se convierten en estiércol social o en comidilla para la desazón, para el fracaso, para la autoflagelación; en un tiempo así no queda otra opción que salvarse por medio del espíritu.
Esa es la tesis de Stefan Zweig en un libro de 450 páginas que escribió para no suicidarse antes de tiempo. ¿Cómo sabe uno cuál es la verdadera hora de nuestra muerte? Cuando ya no se puede hacer otra cosa que matarse. ¿Cómo sabe uno que aun no se puede volver loco? Cuando ya no se puede hacer más que sucumbir al pánico y la desesperación. ¿Y qué viene después?
Rta: el comienzo de algo, de cualquier cosa.
Pero ésta entrada no va discurrir sobre las zonas oscuras del alma humana, más bien se va a limitar a comentar el trabajo de un escritor fundamental, de un judío escarmentado, de un santo.
El libro de Zweig se divide en tres partes. Comienza con la biografía de un alemán a quien le parece que los imanes están cargados de una energía milagrosa que puede llegar a curar. Ése es Mesmer. Luego el mismo alemán descubre que los imanes no sirven para una mierda, sino que el alivio deriva de la sugestión que él mismo logra sobre sus pacientes. ¿Por qué?, se pregunta Mesmer, pero el pobre lunático se muere antes de encontrar una respuesta.
La segunda parte está dirigida a la vida y obra de Mary Baker-Eddy, muy conocida a principios del siglo pasado por ser la fundadora de una de las sectas religiosas más prósperas en todo el mundo: La ciencia cristiana. Mary Baker decía que el mundo real era una ilusión, pero su chocho siempre estuvo lo suficientemente caliente como para meterle dulcemente los dólares que ganó con su doctrina. Todo es una ilusión, decía la madre Mary a sus discípulos, y después se murió y su cuerpo fue enterrado en un ataúd de oro de 87 quilates.
Después Stefan Zweig escribe un opúsculo sobre la figura de Sigmund Freud. Aquí termina el libro y la conclusión es que el hombre no puede reprimir los deseos de su espíritu si es que quiere evitar los estados de histeria nerviosa. ¿Pero entonces qué debe hacer el hombre? Seguir los deseos de su inconsciente. ¿Y cuál es ése inconsciente, en dónde está? Ese es el espíritu de los hombres. No se sabe cómo coño llegó ahí, pero está formado de maldad y bondad al mismo tiempo. Nos puede hacer follar con amor o con perversión, con mística o con la verga henchida de maldad y morbo.
MORBO MORBO MORBO: relamo mis los labios.
Eso somos nosotros. Los dioses están locos.
viernes, 28 de enero de 2011
La curación por el espíritu, de Stefan Zweig
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