lunes, 25 de junio de 2012

Perro en la trampa de arena

Ahora que te escribo, querido Klaus, desde esta habitación oscura, solo deseo que el tiempo se detenga por un momento, y que los dioses me concedan un instante de eternidad en el cual pueda terminar mi obra. Como sabes, yo también busqué mi camino por los países más distantes del continente y dormí en las calles con la cabeza inclinada esperando encontrar una figura dentro del espejismo del cielo que me orientara. Tú me dijiste una vez que el universo nos envía señales constantemente y que está en cada cual el derecho de elegir seguirlas o morir de asco en una casa de jubilación. Yo decidí comenzar mi viaje hace mucho tiempo, y ahora que he llegado hasta este punto del camino veo que ya no puedo volver hacia atrás. He perdido la apuesta, querido Klaus, aunque tal vez pueda morir sonriendo después de todo. Puedo decir, por ejemplo, que una vez intenté conquistar el infinito y que acabé como un perro atrapado en una trampa de arena. Puedo lamer los colmillos de mi boca, y saborear la sangre de los seres que alguna vez me quisieron, y que luego devoré. Sé que estoy al filo de un abismo insondable, pero no tengo miedo, porque aquello a lo que los hombres llaman miedo solo es posible cuando se tiene algo que perder, y yo (como tú bien sabes) no tengo nada. Una vez pensé que podía abarcar entre mis manos el mundo entero, pero luego me di cuenta de que todo lo que había conseguido no era más que un reflejo de mi vanidad. En realidad, lo que creí que era mío nunca me perteneció. En realidad, jamás habría podido soportar la carga de lo que pensé que había logrado. Ahora me doy cuenta, querido Klaus, de que nunca fui más grande que una célula sobre la piel de un gusano o uno de estos granos de arena con los que ahora mismo se materializa mi sepultura. Desde un principio, mi destino fue una batalla perdida de antemano, una máscara literalmente dispersa entre la criminalidad y el sexo. Sin embargo, nadie podrá decir jamás que acabé mis días como un cobarde. Como tú bien sabes, un hombre que aspira a superar su propia muerte es un desquiciado, pero quien se atreve a hacerlo podrá alcanzar durante algunos momentos su propia gloria y su patetismo, y eso le permitirá morir con un mínimo de dignidad. Jamás me arrepentiré de haber hecho las cosas del modo en que las hice. Moriré en mi ley, bajo el peso de mi propia ambición. Me sacaré los ojos y te los enviaré envueltos en mi lengua roja, querido Klaus, porque a ti te debo la dicha de haber recorrido mi camino sin seguir la sombra de ningún amo. Para ti mis ojos. Para ti mi aullido de horror y gloria. Para ti mi corazón, que apenas comienza a latir…

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