jueves, 11 de febrero de 2010

La paja rusa entre Vargas Llosa y Margaret Thatcher



Literatura y política. Arte y política. Incluso sexo. Sexo de pancarta. Todo tiene un rasgo político, pero esa es una perogrullada, una necedad. Eso lo sabemos todos los que tuvimos la desgracia de pasar por una universidad pública como la de Antioquia, o por cualquier otra universidad pusilánime como la de Antioquia. Una vez un amigo me preguntó por qué razón odiaba tanto a mi universidad. La odio, le dije, porque la amo, principalmente, y cuando se ama algo también se le odia con esmero y furor. Quien no conoce el valor de lo detestable tampoco sabe lo que es la pasión y el enamoramiento, y quien conoce ambas cosas, a la larga, se convierte en sabio. Por eso Mario Vargas Llosa, que es un hombre lúcido, no es sabio, porque si lo fuera sabría que toda su vida, desde la primera edad de su madurez política, es una idiotez insalvable. Vargas Llosa ama demasiado a su país, y eso lo llevó a cometer errores inaceptables para un escritor, como el de lanzarse por el Frente Democrático a las carnavalescas elecciones presidenciales del Perú en 1990. ¿Quién le ganó al autor de La orgia perpetua? Le ganó su oponente más cruel: Alberto Fujimori, el genocida, el mismo que será liberado cuando su hija detestable se convierta en la nueva presidenta del país. Alberto Fujimori llegó al poder con una política guerrerista, como Uribe. Alargó su mandato a guisa del bienestar del vulgo imbécil, como Uribe. Persiguió a los guerrilleros del Sendero Luminoso sin escatimar en muertes y desapariciones y sindicaciones falsas, como Uribe. Y, sin embargo, a Vargas Llosa le parece que Uribe es un gran presidente, y está claro que la nueva reelección de Sardanápalo cuenta con su guiño, aun cuando muchos no se dan cuenta de eso, incluyendo a su aprendiz más diligente, Héctor Abad Faciolince, que lo entrevistó en el Teatro Adolfo Mejía en Cartagena hace un par de semanas. Sin embargo, Faciolince no es tonto; el problema es que admira demasiado a Vargas Llosa, y eso hace que a pesar de que su venerado cara de perro sea un ultraderechista que apoya la candidatura de Piñero en Chile, cuyos principales valores éticos están en contra del matrimonio entre homosexuales, el aborto y la eutanasia, él lo siga idealizando como un alumno que teme superar a su maestro. Vargas Llosa piensa que el fin justifica los medios y que el fin último de todo gobierno es la democracia, pero la democracia es basura. La democracia, dice un amigo mío, ha dejado más muertos en este país que la peor de las dictaduras latinoamericanas. La igualdad no existe. Las jerarquías son necesarias. Colombia no va bien, como afirma cara de perro. La institucionalidad colombiana no es intachable, como él cree, ni tenemos libertad de prensa ni nuestra justicia ha funcionado para castigar a los asesinos y los políticos corruptos. Eso sólo lo puede decir un tipo al que le parece que los mejores candidatos para las elecciones presidenciales de este año en Colombia son Juan Manuel Santos, Andrés Felipe Arias y Noemí Sanín, en caso de que Sardanápalo decida no lanzarse al ruedo. Pero ¿puede una idea política demeritar la obra de un escritor? ¿Qué pasaría si leyera a Miguel Serrano o a Vargas Llosa en una oficina de la JUCO? ¿A Borges le negaron el novel por compadrar con Pinochet? Todos los escritores tienen vicios políticos. Después de todo, también son humanos. Pero cuando un escritor se convierte en un líder de opinión (concepto que es, además, tan repugnante como el de pescador de hombres) no se puede arriesgar a parecer un papanatas frente a sus lectores. Eso le pasó a Vargas Llosa. También le pasó a García Márquez y le sigue pasando, aunque no quepa la comparación y me remuerda la consciencia pronunciar su nombre, al peor escritor de nuestras antípodas: Jorge Franco, cuyas novelas en otro país sólo serían famosas si las hubiera escrito un retrasado mental.

Yo creo que si Vargas Llosa se encontrara cara a cara con Plinio Apuleyo Mendoza, moriría. Varguitas, como le llamaba su tía Julia cuando lo desvirgó en una pieza alquilada de Lima, moriría al ver los ojos lagañosos del viudo de Marvel Moreno. Eso, para los judíos, solo puede suceder por dos razones: cuando un hombre se atreve a observar la cara de Dios, por un lado, o cuando un hombre se encuentra con su doble, o sea: consigo mismo, en otra parte del globo. Lo claro es que ni Vargas Llosa ni Plinio Apuleyo son Dios, y si alguno de los dos lo fuera todo este mundo sería una broma ridícula. Ambos son idiotas, eso sí. Ambos tienen cara de perro, eso también, y en esa medida alguno de los dos morirá el día en que los una el destino.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La carretera es infinita.
No existe una meta,
ni un punto final o de llegada.
Toda la vida es
una sola preparación.
La cumbre es al camino.
El amor y las historias son el camino.
La buena comida es el camino.
La virtud es el camino,
y la maldad.

El camino nunca acaba.
Se extiende en la medida
con que avanzamos.
La libertad consiste
en continuar por el camino
y no detenerse nunca.

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