Salgo hasta el frente de mi casa
y fumo un cigarrillo con filtro de los que solía fumar Jhon.
Ahora Jhon está lejos
y yo no sé qué hacer:
fumarme mi cigarrillo en paz me hace pensar en Jhon.
Lo imagino solo,
con un cigarrillo entre los dedos,
viendo la pantalla profunda de su computador.
La ventana de su departamento deja salir,
como una esclusa abierta,
el humo de su cigarro.
Valeria debe estar desnuda en algún cuarto oscuro
al que Jhon le ha quitado la única bombilla.
Cada vez que pienso en Jhon pienso en mí,
como si fuéramos hermanos sin saberlo
y estuviéramos predestinados a morir en una lucha cuerpo a cuerpo.
Él y yo, muertos.
En la eternidad nos volveríamos a ver,
nos romperíamos la cara de nuevo y luego nos echaríamos a llorar.
Estás palabras son muy poca cosa
en nuestra muerte.
sábado, 16 de julio de 2011
la templanza
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