domingo, 6 de septiembre de 2009

Sardanápalo o la inmortalidad de un falso Mesías



Colombia es una república imbécil, pero además de eso es una patria corrupta e infame. Según aquel eunuco argentino que descubrí en la polvorienta biblioteca municipal de mi aldea sórdida (y que no quiero decir quien es, pero tenía una imaginación más poderosa que todo vuestro racionalismo marica junto) ser colombiano sólo era posible mediante un acto de fe. Yo no tengo fe en nada; mucho menos en mi país. Para tener fe en algo primero se debe amar lo que uno quiere, y mi único anhelo, fuera de una sonrisa vertical y unos senos desnudos de mujer, es salir volando de esta nación decrépita en el primer despacho de cocaína que salga rumbo a los Estados Unidos.

Claro que para eso me tendría que hacer amigo de un paramilitar poderoso.

O mejor aun, de un político podrido y execrable como los que poblaron la Cámara de Representantes el día en que se aprobó el referendo para la reelección de Sardanápalo.

Ahora parece que el mal de los cerdos quiere cobrar la cabeza de nuestro rey. No es atípico que el mal de un cerdo contagie a otro cerdo; lo extraño es cuando este tipo de infecciones le ocurren a un personaje público en una comarca como la nuestra, en donde todos los días gorgotea la hediondez de una olla podrida aderezada con asesinatos traslapados y corruptela estatal. El pueblo es inocente, por no llamarlo como lo que es: una muchedumbre asnal. El pueblo no sabe, y la mayoría de las veces cree en todos los despropósitos que medios de comunicación cutres y ominosos como RCN disparan desde sus improntas periodísticas. Eso, según el señor Elías Canetti, es la manipulación de un poder sobre la masa. Además, según George Orwell, es una medida de seguridad propia de un Estado totalitario.


Eso, según mi criterio político, es una gonorrea biliosa que ha inoculado a todo el país.

Por eso la mayoría de los ciudadanos colombianos quiere reelegir a Sardanápalo. Por eso algunos mentecatos siguen conmovidos por su afección porcina. Por eso es que el referéndum reeleccionista que pronto estará aprobado en la Corte Constitucional no será otra cosa que una invitación cínica para que la plebe descabece a la democracia.

Sin embargo ¿para qué luchar por una causa que estuvo perdida desde el principio? Todos sabemos que la Constitución colombiana estaba destinada a convertirse en una perra de cabaret. ¿Cómo va a sobrevivir un código de leyes tan hermoso en un país tan atroz? Para nadie es un secreto que el mismo fisco enlodado con el que se aprobó la primera reelección de Sardanápalo será destinado a asegurar su permanencia en el poder, y que nadie diga, por ejemplo, que ignoraba que los congresistas ídem que fueron investigados por la corte suprema de justicia hace poco menos de un año votarían una vez más por su capataz.

No obstante, lo que también sabemos es que no es bueno inmortalizarse en el poder, ya que para personajes como nuestro presidente, que (sobra decir) es un alumno eminente de la crápula dictatorial latinoamericana, existe un silogismo fundamental para manejar a una nación y coronarla con los laureles del primer mundo:

1° Premisa: todos los países subdesarrollados necesitan ensanchar su economía por encima de todo, incluyendo la democracia.

2° Premisa: Colombia es un país subdesarrollado.

3° Premisa: Colombia necesita ensanchar su economía y sacrificar su democracia.

Lo mismo pensó Pinochet en los 17 años en que desangró al país de Neruda y Bolaño. Lo mismo pensó Fujimori cuando concentró toda su sevicia en la caza de Abimael Guzmán. Lo mismo creyó Rafael Leonidas Trujillo, el chivo, mientras violaba a las hijas de sus subalternos en su casa de campo.

Pero como reírse de su propia desgracia es la única medida que puede tomar un hombre desesperado por la idiotez de la bancada política de su terruño, lo bueno de todo este asunto es que ahora podemos incluir a nuestra propia candidata en la lista de las reinas Sudamericanas más déspotas y tiránicas. El presidente Sardanápalo se hará de un lugar prominente en el mismo panteón de la fama por donde pasó la señorita Bolivia, Mariana Melgarejo, quien ganó la corona en 1874 gracias al concurso de talentos en donde demostró que podía tomar cantidades navegables de alcohol junto a Holofernes, su caballo; la señorita Ecuador, Gabriela García Moreno, quien murió a machetazos en la puerta de un burdel a la tierna edad de 54 años no sin antes haber asesinado a su primera hija con leche de burra envenenada; y la señorita Venezuela, Juana Vicenta Gómez, el bagre, quien demostró ser la reencarnación del libertador Simón Bolívar naciendo y muriendo en las mismas fechas del nacimiento y deceso del estadista.

Felicitaciones señor presidente, su legado pasará a la posteridad.

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