viernes, 25 de diciembre de 2009

el negocio que nos hundirá en la miseria



Cuando tenía nueve años mi padre entró en mi cuarto y dijo: «la humanidad da asco».

-¿Qué cosa? –pregunté yo.

-Que todos los hombres dan asco, incluyendo a tu madre, a tus hermanos y a ti y a mí.

Ese día, mientras veía la televisión, mi padre se había enterado de que el general Harold Bedoya se lanzaría como candidato presidencial para las segundas elecciones de la década de los 90. Cuando vio la noticia, lo único que pudo hacer Takoohi fue buscar a la única persona que se encontraba con él en la casa y decirle: «la humanidad da asco. Moriré tranquilo si aprendes para siempre esa lección. Todos los hombres dan asco, incluyendo a tu madre, a tus hermanos y a ti y a mí».

Quince años después, cuando murió mi padre, mis hermanos y yo decidimos utilizar aquella frase para grabarla en su lápida:

AQUÍ LLACE TAKOOHI GAROGLANIÁN,
CUYAS ÚLTIMAS PALABRAS FUERON:
«LA HUMANIDAD DA ASCO»
1957 – 2009


En realidad, lo último que dijo mi padre fue que tenía mucha sed, pero entonces no podíamos darle ni un sólo vaso con agua. Hablo en plural porque todos los Garoglanián estábamos presentes en aquel momento. Los líquidos de la vejiga del buen Takoohi le habían hinchado tanto el estómago que parecía que en cualquier momento fuera a estallar y a lavar la habitación entera. Como nadie le llevó nada de tomar, mi padre comenzó a salirse de control y a lanzarnos injurias, hasta que finalmente, con su gancho izquierdo, me dio una trompada que me sacó sangre por la nariz.

Hoy día tengo una nariz de boxeador apaleado. Además, creo saber lo suficiente de la vida para reafirmar que la humanidad, efectivamente, da asco, incluyéndome a mí y a mis hermanos, y para comprobároslo os voy a contar otra historia.

Nadie sabe con exactitud cuan infames pueden ser los hombres. Imaginaos un país mucho más corrupto y vandálico que Colombia, con más paramilitares y menor presencia del Estado. ¿Menuda exageración? Pues según la última carta que recibí de Jessy, Xavier y Camile Garoglanián, no. Existen esos sitios, aunque parezcan salidos del hoyo más oscuro de occidente. Si os dijera que empresas como Nokia, Ericcson, Sony, Bayer, Intel, Motorola, HP, Hitachi e IBM son responsables del peor genocidio conocido hasta hoy en el mundo entero desde las masacres de Ruanda en el 94 ¿qué os parecería?

Creedme, la humanidad da asco.

La historia que os voy a contar comienza, por tanto, en un país detestable que no es el nuestro. En ese sitio existen hombres ricos con mentalidad de pobres y pobres con mentalidad de miserables, como aquí. Un día los paramilitares de ese país descubrieron que podían financiar el terrorismo y la guerra por medio de un mineral, así que empezaron a comprar grandes cantidades de cascajo por un precio de hambre para revenderlo mucho más caro en el mercado internacional. Quienes trabajaban en los yacimientos del mineral eran niños y hombres de mediana estatura. En lo que respecta a las mujeres, su único oficio consistía en permitir ser violadas y mutiladas por la milicia paraestatal.

¿Alguna vez habéis comido gorila o elefante? Os voy a compartir un dato interesante. En 1856, tras su viaje por el oriente, Gustave Flaubert recibió del chef de los Reyes de Prusia una receta para cocinar las patas de un gorila a la moscovita. Hay que comprar las patas peladas. Lavarlas, salarlas y dejarlas en adobo durante tres días. Cocer en una cacerola con tocino y verdura durante siete u ocho horas; escurrirlas, secarlas, espolvorearlas con pimienta y engrasarlas con manteca derretida. Rebosarlas luego con miga de pan y ponerlas durante una hora a la parrilla. Servirla con salsa picante y dos cucharadas de jalea de grosella.

-Lo mismo se podría hacer con las piernas de un hombre –dijo mi primo Rabo en cuanto le enseñé la receta.

Yo estoy seguro de que sí, aunque ninguno de los dos tendría las agallas para servirse una rebanada de anca.

Pero aun no he terminado con mi historia. Imaginaos que en aquel país detestable las cosas se pusieron tan mal que las personas comenzaron a cazar gorilas y elefantes para alimentarse. Os lo digo en serio. Con rifles ingleses y escopetas de origen americano derribaban cualquier blanco a la redonda. Un sólo elefante previamente abaleado, descuartizado y pelado hasta los huesos podía alimentar a 65 familias en una semana, lo cual constituía un lapso relativamente largo en un lugar en donde la vida cuesta tan poco o se entrega a cambio de nada.

Ahora, también debéis saber que el mineral que se extraía del subsuelo de aquel país se llama coltan y que tanto las empresas multinacionales como los gobiernos adscritos a la mesa de la ONU lo necesitan para crear, por un lado, los artefactos de comunicación que se venden por todo el mundo y, por el otro, cohetes espaciales mucho más poderosos y misiles inteligentes. ¿Ya vais ordenando las fichas? Nuestra época también está cargada de paradojas infames. ¿A que no sabéis, por ejemplo, quien compra los celulares y las computadoras que se crean con el mismo coltan que las multinacionales compran de forma ilegal a paramilitares sanguinarios? Os lo dejo de ese tamaño para que lo penséis con calma, pero arrimaré una pista: es el único animal que copula de frente y no sólo por detrás.

El final del cuento consiste en lo siguiente: después de extraer todo el coltan y no dejar ni un solo niño vivo ni una mujer virgen e intacta, las empresas descubren que existen pequeños yacimientos en Venezuela, Brasil y Colombia. ¿Alguno de ustedes se ha preguntado por qué el general Hugo Chávez militarizó sus fronteras con nuestro país? Saquen sus propias conclusiones; de todos modos el mundo se va a acabar este 31de diciembre a las doce de la noche.

Fin.

sábado, 12 de diciembre de 2009

El negocio que nos sacará de la miseria



Tengo un primo que se llama Rabo Karabekian y es tuerto. Tiene 64 años. Vive en Puerto Asís. Algunos de ustedes se preguntaran cómo un estudiante de periodismo de esta universidad de la desilusión puede tener un primo que le triplica la edad. Bueno, la respuesta es simple. Mi abuelo tuvo a mi padre a los 56 años; 39 años antes había tenido a mi tío; es decir, el padre de Rabo. Yo nunca conocí a mi abuelo, pero mi padre me contaba, antes de morir de cirrosis etílica, que él y mi abuela se conocieron trabajando para un cauchero. ¿Os habéis leído alguna vez El libro rojo del Putumayo? Pues este libro, según sé, lo escribió mi abuelo después de huir de la hacienda del cauchero con mi abuela, en sesiones de tres horas durante cada noche hasta que cumplió los 43 años, la edad de Jesucristo.

Digo la edad de Jesucristo si los filisteos lo hubieran dejado vivir diez años más. Es cuestión de menospreciar un poco la historia oficial ¡nada más! Mi padre me tuvo a mí a los 45 años, cuando se casó con mi madre, una profesora de escuela. Tengo tres hermanos, pero todos viven lejos y no los he vuelto a ver. Rabo creció con el apellido de su madre, ya que mi tío, un beodo de las grandes ligas, nunca se preocupó por su crianza ni por la manutención de su familia. Mis hermanos conocen mejor a Rabo que yo, pero, en mi caso, esa es una ventaja; o sea, en el caso de un escritor (¡O al menos en el de alguien que quiere serlo!), ya que lo poco que sé de él me ha llegado de oídas, como cartas enfrascadas en una botella, y en ese caso me he permitido fantasear un poco con su vida y con su imagen.

Rabo Karabekian se casó cinco veces, pero nunca tuvo hijos. Perdió su ojo a los 17 años por un disparo que le atravesó la pared derecha del cráneo y salió por una de sus cuencas, desparramando su pequeño óvalo azul por el suelo. El libro que escribió mi abuelo fue publicado 30 años después de que él muriera, bajo un seudónimo que creo que todos conocen, y las gestiones fueron hechas por mi tío Zorab, el padre de Rabo. En realidad, lo único que quería el padre de Rabo era tener una entrada para poder gastar en las garitas de juego, y lo hiso todo de forma que mi padre, el buen Takoohi Garoglanián, no se diera cuenta de nada para no compartir sus regalías con él. El libro fue publicado en Londres, traducido al inglés. Nadie en Colombia habría publicado un libro así hace 40 años. Ahora Rabo es quien tiene los derechos del libro por vínculo sanguíneo con el único heredero, y mi padre murió sin saber de dónde provenía la fortuna de su sobrino.

Mis hermanos y yo nunca hemos buscado a Rabo para pedirle nuestra parte del dinero. Cuando murió mi padre, Rabo nos buscó en su sepelio y decidió pagarnos la universidad a todos, enviándonos cada mes lo mínimo indispensable para vivir. Creo que es un buen hombre, y piensa que no se le debe dar demasiado dinero a alguien que no está acostumbrado a manejarlo, y creo que hace bien. Ahora parece que han encontrado un yacimiento de coltan en una de sus propiedades. Yo no sabía lo que era el coltan hasta que mis hermanos me lo explicaron en una carta. Rabo quiere que terminemos de estudiar y nos vayamos para Putumayo a vivir con él. Parece que el coltan es un mineral oscuro que a primera vista parece un pedazo de carbón fosilizado, pero que cuesta mucho en el mercado internacional, ya que con él hacen todos los aparatos electrónicos con los que se comunica la gente ahora.

Mis hermanos me dijeron que dentro de poco el coltan valdrá mucho más que el oro y los diamantes, pero muy pocos saben eso, así que, por una eventualidad de este siglo, todos los Garoglanián pasaremos de ser unos pobres muertos de hambre a reyes de todo un país.

Estoy hablando de Colombia, por supuesto. Rabo ya sabe lo que debemos hacer con el dinero; vamos a comprar a todo el congreso, incluido a nuestro querido mandatario Sardanápalo, para que impidan la entrada de compañías extranjeras a suelo nacional, y de esta manera podamos explotar todo el coltan nosotros mismos (o sea, nosotros cuatro) a cambio de una pequeña propina para nuestros amigos del Palacio de Justicia y la Nariño´s house. También parece que encontraron yacimientos en Guainía y en Vaupés, pero lo que es Rabo Karabekian, ya los tiene en la mira.

martes, 1 de diciembre de 2009

últma velada (el club de los perros románticos)



Tu vida corre sobre un desfiladero insondable de concreto y mierda. Abajo está la nada y el vacío infernal: la boca de una gran ballena que se abre y traga todo lo que encuentra a su paso. La soledad es dolor, es ausencia, pero también es libertad. Dentro de la soledad siempre habita oculta una esperanza. Tu tronco cae en decúbito supino sobre la cama. La pistola negra permanece en tu mano. ¿Por qué te enamoras de todas las mujeres que demuestran el más mínimo interés en ti? El arma se convierte en una extensión de tu muñeca, fría, mortal, inquisidora, emponzoñada, deletérea, perniciosa. Tienes un gran problema, amigo. Lo has dejado todo a cambio de ese cuarto y esa cama. Has abandonado tu aldea para ganar un sueño o una quimera o una fantasía utópica. Has abandonado a tu familia, a tus amigos, a tu antigua novia, y ahora no tienes nada. La tuya es una generación de adolescentes tristes y miserables. Todos tus compañeros del colegio departamental eran tristes, y los que no parecían tristes eran miserables, pues no sabían de su tristeza. Arsenio es el primer nombre que se te viene a la cabeza, un estudiante que a sus 17 años ya se había intentado suicidar cuatro veces, por lo que todos lo llamaban arsénico y lo golpeaban en el baño y una vez, después de su clase de música, le robaron sus zapatos para que tuviera que volver descalzo a casa. A él no le afectaba lo que los demás hacían para llagar continuamente su vida. Nada importa realmente, perecía decir tras cada humillación y virulencia dirigida en contra suya, entre sangre y dolores inaguantables, entre lágrimas sin razón física aparente, sino emocional o mental, o de desamor, o de quebranto, o de fragilidad juvenil. Luego piensas en otras personas sin rostro, ocultas tras capas y más capas de bruma y olvido. Ronald Urrea y Cesar Barcheilly. El primero condenado a tres años de cárcel por posesión de estupefacientes. El segundo, según sabes, agonizante en casa de su abuela por una infección tuberculosa. Arsenio logró su cometido con una correa para manear caballos. César no necesita de ningún cabestro. Los hombres mueren y él lo sabe aunque no quiera morir. Los hombres que mueren se reencuentran en algún lugar después de romper la franja. Esperanza, te dices a ti mismo. Tu muerte no será una aniquilación, sino todo lo contrario: el punto de partida hacia un país distinto, hacia una ciudad disímil, en donde tal vez te encuentres con caras conocidas. Entonces observas la figura ampliada en papel fotográfico de Agnés Varda, y por un instante sientes el impulso de pedirle consejo a esa imagen adherida a tu techo con tachuelas de colores. Escoger un camino no es tan fácil, pero puedes suplicar por un poco de sabiduría e inteligencia. O mejor aún, por un poco de amor. Tu tristeza no es más que un exceso de egolatría y autoconfianza. Lo seres humanos se sueñan a sí mismos mucho más importantes de lo que en realidad son, y ese sueño, como todos los delirios y las alucinaciones, es una mentira que se estima necesaria, un disfraz con el que los hombres se visten y rehúyen de su insignificancia congénita y su mortandad. Así que te levantas. No eres nada. No eres nadie, pero de algo puedes estar seguro: como tú existen miles, y ninguno de ellos sabe que la modestia es el único remedio contra aflicción, que la modestia es además la única herramienta fidedigna para olvidarnos de que nuestra pena es la peor de todas, y que es prácticamente imposible que otro individuo en el mundo se sienta tan desolado como nosotros. Tu libreta yace sobre una mesa diminuta llena de papeles, y tú dejas la pistola y escribes; esta vez con la sensación de haber sobrevivido al peligro inminente de un desastre natural.

Cuaderno Nº 23

30 de noviembre, lunes.


Método de supervivencia

1º Fracasa dignamente y no reniegues de tu inseguridad, ya que sólo los tontos creen saber lo que quieren y cómo deben lograrlo.
2º Nunca seas el número uno en nada, ni en tu ciencia, ni en tu disciplina artística, ni en la escala de los promedios conspicuos de tu facultad.
3º Trabaja, pero detente en el momento en que otros comiencen a esperar algo de ti.
4º Llega siempre hasta las últimas consecuencias; es decir, hasta los últimos límites de tu idiotez cotidiana.
5º Sólo existe una terapia contra el miedo al ridículo: has el ridículo cuantas veces puedas.
6º Juégate la vida por tres versos que trasciendan.
7º Apuesta tu dignidad por un poco de sexo sucio.
8º Cuestiónalo todo, tu vida, tu moral, tu religión, el respeto por los papás y hasta el amor que se siente por la novia.
9º Conserva el buen humor. Lo último que se pierde no es la esperanza, sino la capacidad de hacer risibles las cosas más tristes.
10º Confía ciegamente en tus maestros: Bolaño, Chesterton, saroyan…
11º Abandónate por completo a tus ideas.
12º Busca tu libertad.

Newer Posts Older Posts