Existen muchas formas de fracasar en la vida, pero quizá la menos vil y la más dignataria de todas es abriendo una librería en un país donde nadie lee. Entonces el fracaso se hace menos pusilánime que si se llegara a él por la vía del juego, como Dostoievski, o por la senda del alcohol, como Malcolm Lowry, o por el despeñadero de la droga, a lo Borroughst.
Luís Galar decidió abrir una librería en Medellín hace cinco años.
Primer esfuerzo inútil. Galar no sabía que en la ciudad ya no hay lectores, y si los hay son muy pocos, o están agrupados en una sociedad secreta del Valle de Aburrá. Son imperceptibles. Se mueven como felinos por las bibliotecas y los centros de cultura y ya no compran las obras que leen, sino que las sacan prestadas.
El segundo traspié de Galar fue pensar que a los pocos lectores de la ciudad les interesaría el stock de su tienda. A saber: colecciones de Kadaré, diccionarios filosóficos, diarios de Cioran, antologías de Mallarmé, compilaciones de Stefan Zweig y un largo etcétera de mercancía bibliográfica. La mayoría de los leyentes antioqueños buscan el último best-seller de aquellos personajes nacionales que pasaron por la ignominia del secuestro o bien aquellos otros que han triunfado y deciden compartir su sabiduría con el mundo en un ominoso libraco para alcanzar el éxito.
Lo tercero que debió haber advertido nuestro apreciado vendedor es que el libro en Medellín es completamente prescindible. Lo que no es prescindible es la ostentación y la belleza física. La lectura sí, porque ésta no hace a las mujeres más bonitas ni a los hombres más galantes. La lectura no estiliza nada; todo lo contrario: astilla, corroe, herrumbra los cerebros de las personas hasta convertirlos en seres geniales y solitarios.
La librería de Galar abrió sus puertas en abril de 2004 con un rótulo bastante romántico: El callejón de las palabras. Durante este tiempo dicho establecimiento ha tenido que mudarse 5 veces, con la única constante de que cada local por el que pasan es siempre más barato que el anterior. Al principio recibieron el apoyo de algunos amigos del gremio. La librería Palinuro, con Luís Arango en la administración, demostró ser una gran compañera de viaje, aunque al final ningún esfuerzo (ni siquiera uno apiñado entre ambos) pudiera salvar a El callejón de su ineludible naufragio.
Hoy la tienda de Galar está por convertirse en una bagatela. A un mes de la liquidación definitiva del contrato de arrendamiento que pactó con el dueño del inmueble que ocupa, los libros están siendo rematados a precios deleznables, muchos de ellos abaratados al nivel de lo que cuesta una caja de cigarrillos y otros cuantos apilados dentro de una tina de ediciones sin precio.
Cuando le preguntan a Luís Galar lo que hará ahora, él responde en palabras de Bertolt Brecht: -Me está costando una fatiga enorme preparar mi próximo fracaso-.