jueves, 11 de noviembre de 2010

Bagatela para una crusificción



Odio a los negros, a los judíos, ¿a quién más odio? ¡Ah, sí! También odio a los homosexuales, a los colombianos, a los paisas sobre todo. A los paisas los odio más. Los odio porque todo lo resuelven con tiros de pistola y con sobornos y con más odio. Esa es la razón de mi ira. Pero odio muchas cosas más aparte de la gente que vive en Antioquia: odio a las mayorías asquerosas, al animal de las cien mil cabezas, al mito de la democracia eficaz y el Estado cuasi-perfecto. Superchería idealista. Fantasías hegelianas. Lo único que en realidad vale es el individuo en sí, y no cualquier mequetrefe solitario: un individuo capaz de enfrentarse él solo al poder de una masa que lo supera en número. Un héroe. Esa es una buena denominación. Un payaso dispuesto a crucificarse.

¿Por qué creer en la verdad de una mayoría que es incapaz de entender otras verdades, que es incapaz de poner en duda su propia verdad, que es incapaz de reírse de su verdad? Está bien: ellos tienen la razón y los pobres diablos como yo tenemos que acatar las decisiones de la multitud. Hasta ahí llega la democracia. Las muchedumbres no reflexionan nunca sobre sus convicciones. Les basta ganar los comicios e imponer sus ideas, traspasarlas, sistematizarlas en un modelo de educación, pero no merecen ningún respeto. Soplapollas. Lameculos. Son incapaces de soportar a alguien como yo, que los irrita, o a alguien como Celine, que les encona las hemorroides. Son incapaces de soportar a Vallejo y a Houellebecque. A Boris Vian, a Ambroice Bierce. Les emputa. Los encabrona el hecho de que alguien ponga en duda la seriedad de su doctrina política, de su ideología humana. Puede que tengan la razón. Eso no lo duda nadie, pero actúan como autómatas de mierda.

Esa es mi verdad.

Bastardos.

Ustedes mataron a Celine y despreciaron su obra. El genio y la controvertida vida del mejor escritor francés del siglo XX superó su entendimiento. Yo también superé el entendimiento de cierta damisela que me twitteó para declararme su mala leche, pero eso no se compara en nada con la aptitud del autor de Viaje al fin de la noche, que escogió hacerse anti-semita, colaboracionista y hitleriano en un momento en donde todo el gremio artístico de los países que participaron en la guerra contra Alemania estaban convencidos de su posición moral. Está bien: fue un mal momento para transgredir la lucha contra el fascismo, pero eso no significa nada en términos literarios. La obra de Celine sigue echando chispas, y aquel gaznápiro que la demerite o la eluda por la bandera política del artista que la garrapateó no se puede considerar otra cosa que un pobre cabezadeverga.

Celine, más que fascista, fue un anarquista, mi querido lector cabezadeverga.

Por eso es que no tolero a la gente con convicción. Los odio a todos. La democracia colombiana les da demasiado poder. La izquierda con convicción refuta la obra de Borges. Lo acusan. Lo empapelan. Lo censuran por sus simpatías con la ultraderecha latinoamericana. Los diestros, en cambio, son más apaciguados: saben que García Márquez es un idiota, un adlátere de Castro, un costeño esmirriado, pero lo siguen leyendo y no caben en su asombro. En ese sentido, me cae mejor la derecha. En ese sentido me cae mejor Borges que cualquier otro escritor comprometido con las causas sociales y el proletariado.

El acto artístico nada tiene que ver con la moral. Wagner es la prueba de eso, pero así trabajan los hombres con convicción: forman partidos de asco y luego se encargan de convencer a más gente y luego se toman el poder. Luego se vuelven intocables. Administran el modo en que se debe pensar. Rechazan toda aquella expresión que no sea aceptable para su moral y su doctrina. Rechazan a Celine. Rechazan a Stanislaus Bhör. Me rechazan a mí, que sólo soy un bloguero triste con una mente superdotada y 30 centímetros de mondá.

La respuesta a ésta conducta se encuentra en la dialéctica histórica: la insuficiencia mental de las mayorías colombianas se debe a un proceso en el tiempo que finalmente redundó en la estupidez. La finalidad de la historia humana no es un Estado perfecto, sino nuestra autoliquidación. Esta es la introducción para otro envía que aparecerá en unos días, titulado Celine se caga en vuestra puta madre, en donde se hará una crítica bastante cercana al ditirambo de la obra más famosa del escritor facho más importante de Francia.

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