lunes, 2 de agosto de 2010

"Si vas a matar a alguien procura que no esté bien relacionado" (Una vela encendida para Kurt Vonnegut)



Quienes lo conocieron no encontraron en él un evangelio ni una doctrina, ni una escuela literaria para neófitos ni mucho menos un método de aprendizaje solícito. Encontraron a un hombre convertido en mito, pero que al mismo tiempo ostentaba la figura y la personalidad de alguien al que los años lo fueron haciendo cada vez más frágil y humilde, hasta el punto de mimetizarlo entre la morralla de cualquier pueblo o ciudad de América. Y cuando el anciano murió nadie que no hubiera leído sus libros ni oído sus conferencias derramó ni una sola lágrima por él, ni encendió una vela para alumbrar su imagen ni se bebió un litro de licor en su memoria. Algunos de sus lectores póstumos le rindieron tributo de la mejor forma en que pudieron. Otros más adelantados releyeron sus obras para reencontrarlo allí y recordar la finura de su humor, pero siguieron con su camino, porque el maestro nunca quiso convertirse en guía de nadie, sino acompañar a los que le conocían como un amigo que nos escucha sin juzgar nuestros actos, que nos cuenta sus mejores historias y que luego se va para que al final recorramos nuestra propia ruta de libertad.

Matadero cinco o la cruzada de los niños, de Kurt Vonnegut:

En 1945 cuatro soldados de la Infantería de los Estados Unidos quedaron aislados de su escuadrón durante la batalla de Bulge, al sur de Bélgica. Uno de ellos era Kurt Vonnegut, un cadete de 23 años que lucía un par de botas desastradas y que había sido enrolado un año atrás en Indianápolis. Vonnegut hacía viajes en el tiempo, a lo Wells, pero nunca necesitó de una máquina decimonónica para escudriñar su destino. Vonnegut sólo necesitaba cerrar los ojos y aparecer en una época de su vida distinta a la anterior, montado sobre una mujer con tetas de parturienta, en un motelito de Ilium, en Nueva York, o haciendo el papel de rata de laboratorio en un planeta desconocido, dentro de una celda adecuada para su especie, después de haber sido secuestrado por un platillo volador. Pero en 1945, después de la batalla de Bulge, Vonnegut aun no sabía que tenía esa dote particular, y dos de sus compañeros fueron abaleados por la espalda mientras se intentaban entregar a las tropas enemigas. Los sobrevivientes, Vonnegut y un tal Roland Weary, fueron capturados mientras se batían a cuchilladas y daban vueltas entre la nieve. Vonnegut es un apellido alemán, pero él era americano. El comando que los encontró sí era alemán, y los trasladó hasta una vieja casa de piedra, ubicada a unos dos kilómetros de allí. Desde el emplazamiento formaron una fila con otros prisioneros y marcharon hasta un camino poblado por una marea de soldados heridos y enfermos. La marea de combatientes era inmensa, pero se hiso más grande en la medida con que encontraban tropas tributarias en los caminos aledaños. Cuando arribaron a la frontera alemana Weary tenía los pies como dos masas sanguinolentas y Vonnegut ya había ido y vuelto en el tiempo lo suficiente para saber que años después compartiría cautiverio en un zoo extraterrestre con una de las actrices porno más famosas de la época. Pero eso sólo sucedería años después, tras haberle sembrado su semilla a la mujer con tetas de parturienta y haber tenido, como consecuencia, dos hijos estúpidos. Por entonces, Vonnegut apenas conocía a algunas churrianas europeas dispuestas a mamárselo por comida o por un cigarrillo o por menos que eso. Vonnegut tenía 23 años y no sabía lo que era el amor, ni siquiera sabía lo que era el patriotismo. Alguien le calzó unas botas y le puso un rifle automático en las manos y le dijo que debía disparar contra todo aquel que no ondeara su bandera. Entonces lo embarcaron y llegó a Francia y luego a Bélgica y ahora estaba ahí, en la frontera alemana, esperando en una estación de ferrocarril con la secreta maldición de saber cómo morirían todos sus compañeros.

Y recordó una canción que le subió el ánimo y que cantó con voz apagada:

Estoy sentado en mi celda de la cárcel,
Con los calzoncillos llenos de mierda.
Y mis pelotas rebotan contra el suelo,
Y veo el miembro sangriento.
Debido al mordisco que ella me dio,
¡Oh!, jamás volveré a follar con una polaca.


Y el chico sonrió. Luego fue embarcado en un tren cuyos vagones sólo tenían una pequeña claraboya para respirar. Durante varios días la claraboya fue el único contacto que el grupo de prisioneros tuvo con el resto del mundo. Por ella se sacaban las tasas llenas de excremento y las botellas que todos utilizaban para mear. Vonnegut permaneció de pie durante todo el trayecto, yendo y viniendo por la línea del tiempo, como un cohete que surca el cielo y rebota en el horizonte hasta el infinito. Un instante son todos los instantes, se decía. Mi muerte sucederá, sucede y sucedió, respectivamente. El paisaje se hacía cada vez más frío y Vonnegut sabía hacia dónde se dirigía la locomotora, sabía cuántos de allí perderían la vida y cuántos regresarían a su país; sabía que su destino era sobrevivir y entendía, por último, que su único deber era escribir su historia: Matadero cinco o la cruzada de los niños.

Un título magnífico.

120 páginas PDF.

Léelo o muere.

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