lunes, 5 de noviembre de 2012

Carta para mí desde el 2086


Escenas con hombres que se enfrentan a situaciones límite. Un alpinista negro que escala las montañas del alma. Las luces de los autos que se enfrentan al sonido de la noche sobre una carretera asfaltada. La chica con el cabello rubio que ya no quiere acostarse en la cama del terrateniente. Una secuencia de imágenes narrativas: un cuchillo, un niño llorando en una habitación oscura, esperando a que llegue su verdugo o su asesino. Los perros comienzan a ladrar cuando el detective se acerca desde el coche azul y pone sus manos sobre el barandal de la casa. El alpinista negro lo mira desde la ventana más grande del segundo piso, y supone que eso que está pasando no puede ser más que una trampa, o un evento que raya en lo inoportuno y que ya no puede evitar de ninguna manera. En todas las calles hay árboles con flores amarillas, se dice. Necesita una bomba de oxigeno, una miscelánea de armas destructivas, un bate de madera lo suficientemente poderoso para romper un cráneo. Abrió la puerta del pórtico y dio un disparo al aire que apaciguó a todos los perros. El detective alzó la mirada. Su figura era la de un hombre que le ha vendido el alma al diablo. La chica del cabello rubio sabe que el sexo de los pobres es el mejor sexo. Le tiende los brazos al paramilitar que la mira y ausculta en su boca un buen número de dientes en perfecta condición. Una luz roja hizo que otro coche se detuviera junto al vehículo del detective. El alpinista negro se acercó al visitante acomodándose el ala del sombrero que le cubría los ojos y pensó en hacer tiempo: una sonrisa prosaica. Formas, modelos de conducta. Los crímenes siempre ocurren en calles desoladas, con hombres que están solos y enloquecidos de pasión. La fe de un asesino es la esperanza de un niño, se dice el alpinista. ¿No sabe usted de un hospital por aquí? El chaleco del detective está ensangrentado. A veces, es necesario ensuciarse las manos, los ojos son los ojos y los coches rojos son los coches rojos, se espera, al levantar un poco la mirada: ¿Quién diablos es usted? La libertad no existe. El dolor del detective era peor de lo que se había imaginado.

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