Reflexionar sobre el sexo y los falos y las vaginas es algo que muy pocas personas hacen. Los que se dedican a reflexionar sobre el sexo, por lo general, son señores y señoritas que casi nunca lo han practicado como quisieran. Lo mismo quienes escriben filosofía de la vida: ellos escriben sobre lo que no tienen. Escribir sobre el amor es padecer su ausencia. Escribir sobre la libertad es no tenerla. Los que escriben sobre penes y vaginas lo hacen porque la vida les negó la oportunidad de utilizar sus aparatos sexuales, de otra manera no estarían escribiendo, sino follando.
Por otro lado, nuestras partes íntimas muy pocas veces nos invitan a la reflexión, sino a todo lo contrario, y esto es también lo más bonito del mundo: la naturaleza salvaje. Lo dice alguien que cada día escribe menos y vive más, y al que por tanto ya no le queda otro pretexto para garrapatear palabras que intentar ganarse algunos pesos para su sustento. De lo contrario no afirmaría lo siguiente: reflexionar sobre el sexo es igual a perder el tiempo. Tener sexo es ganarle algunos segundos a la vida. Tener sexo y sentir amor por la persona que nos acompaña, sea hombre o mujer, es alcanzar lo más escurridizo que existe: la felicidad.
Tres premisas para vivir.
Ahora sigamos perdiendo el tiempo.
Digamos que queremos comenzar una nueva vida en la que el sexo sea algo tan puro como sentarse bajo la lluvia en un parque descampado, o en donde el hecho de aceptar una propuesta de amor sea lo mismo que entregarse a un placer inocente. ¿Qué hacemos? Por lo general, nada. La madurez nos llama a levantar algunas defensas contra los peligros, y una cosa es cierta: el sexo es peligroso, el amor es peligroso, la vida es un peligro. Por eso debemos actuar con cautela y hacer un llamado a la razón cada vez que nos damos cuenta de que un simple coqueteo, por obra y gracia de la inercia sexual, está por convertirse en una cópula. Uno se tiene que proteger contra los riesgos físicos y emocionales, y es entonces cuando los adultos se comienzan a convertir en unos pobres cabrones.
La madurez sexual es eso: convertirse en un cabrón, y ser adulto significa convertirse en un cobarde.
No obstante, a lo largo de la historia los cabrones siempre fueron vistos como los chivos diabólicos que se tiraban a las damiselas en el bosque. No es así en nuestra época. Ser un cabrón significa pensar que se puede ver por encima de los propios instintos, e ignorarlos. Ser un cabrón también puede ser el hecho de estar seguro de quiénes somos, cuando solo nos conocemos en las circunstancias que nos han rodeado siempre. La verdad es que no hay nada más complejo que lo que somos, y una cosa es ver por encima de los instintos y otra muy distinta es ignorarlos y hacerlos a un lado de nuestro camino y creer que de esta manera nos estamos convirtiendo en nuestros propios dueños.
Falso.
Nadie es dueño de lo que siente, ni siquiera de lo que piensa. Nos gusta creer que sí, pero eso es imposible. Lo único de lo que somos dueños es de nuestra muerte, y la mala fortuna de haber nacido mortales nos hace temerla y desear la eternidad. La noticia de última hora es que la muerte es más una amiga que un verdugo implacable, y su presencia está implícita en el acto amoroso, en el orgasmo, así como en el concepto de la eternidad. Tener sexo es morir un poco, y es acercarse un poco a la eternidad. El sexo es la muerte. La vida es lo que sigue después del sexo. La eternidad es un instante irrecuperable. El orgasmo es tal vez el único momento de infinitud al que los hombres podemos aspirar.
Tal vez el sexo de los animales sea el acto más sabio de la naturaleza. Los animales buscan sobrevivir, y cuando llegan a la edad en que se puede follar se limitan a actuar con inocencia. Los hombres no somos así. Nosotros somos más complicados: vivimos un sueño en el que la razón tiene la soberanía suprema sobre cualquier otra virtud, y al sexo lo hemos reducido hasta la escala más baja: algo que estamos obligados a hacer para poder llevar una vida plena. Eso nos lo enseñó Freud. El sexo por el sexo es un arte de degenerados, y nadie quiere que lo vean como un degenerado ni como un esclavo del deseo. Hoy día pasa con el sexo lo mismo que ocurre con la lectura. Cada vez se piensa más y más en el producto de lo que hacemos, y no en el hecho de hacer las cosas por hacerlas. El sentimiento de la obligación es lo que caracteriza a casi todas las dinámicas humanas en las que se puede hallar algún placer. Buscamos a las personas sólo para no volvernos locos, y no para reconciliarnos con el mundo. Leemos porque nos dicen que leer es un buen hábito, y entre más títulos se haya leído más culto se es, ¿no? Ya ni siquiera se come por el placer de comer, sino para darle al cuerpo más vitaminas de las que necesita en cantidades graciosamente medidas, y eso lo hacemos porque creemos que así es como se debe vivir.
A mí me gusta casi todo lo que me como, y ese gusto refinado lo he formado a lo largo de muchas temporadas de hambre. Llevarse un alimento a la boca es suficiente razón para saltar de alegría. Tener sexo con alguien que realmente nos guste es para morirse de la felicidad. Transgredir la vida significa vivir lo que queremos vivir por el placer de hacerlo, sin importar lo que los demás piensen. Tener sexo por el placer de tenerlo. Leer por el placer de leer. Todo es cuestión de formarse un código de comportamiento personal, no para toda nuestra vida, sino para cada una de las facetas que debemos desarrollar dentro de ella. En el trabajo hay que ser un excelente profesional. En las cantinas, un guarro incorregible. En la cama, un animal inteligente. Lo peor que nos puede pasar es que con el tiempo desarrollemos una leve esquizofrenia, pero la esquizofrenia no es más que una alteración de nosotros mismos para descubrir lo que también somos, y en esa medida no hay que tener más miedo de ella que el que sentimos por la cara que vemos cada mañana en el espejo.
Uno puede descubrir que es un asesino en potencia, o que puede amar infinitamente. En eso debería consistir el arte de vivir, de hecho: en saber que podemos ser muchas cosas, que podemos elegir sobre lo que hacemos, que podemos prescindir de casi todo lo que tenemos y luego escoger lo que más nos gusta. Lo irónico es que líneas arriba escribí que los seres humanos no somos dueños de nada, salvo de nuestra muerte. Bueno, también podríamos llegar a ser dueños de nuestro destino, si nos lo propusiéramos. Lo que pasa es que es más fácil no ser el dueño de una carga tan pesada, porque así podemos culpar a otros de nuestra idiotez y llorar cada vez que nos sentimos como hormigas perdidas en el desierto.
El sexo es una de aquellas cosas que se suelen tomar como factores de riesgo moral y físico. De hecho, eso pasa con todos los placeres: nos sacan del camino, nos distraen de las metas más altas. Pero ¿cuál es el camino y cuáles son las metas más altas? Nada de lo que hagamos podrá cambiar el mundo, si es que eso es lo que queremos. Una vez pensé que si lograba escribir una novela maravillosa podría cambiar el futuro de mi país, pero mi país me relegó a vivir en pocilgas por más de cinco años y a morir de pena y autocompasión. Entonces descubrí que las palabras no sirven para nada más que para entretener a las mentes que se creen listas, y el escritor no puede hacer otra cosa que tratar de sacar una ganancia de ello.
La sexualidad hace parte del camino tanto como cualquier otra cosa. Quien busca la vida, inevitablemente se topa con el sexo. Eso es tan natural como entrar en el bosque y encontrarse con un árbol o con una alimaña. Quienes se niegan a entrar en la espesura de la manigua por lo general son personas que se esconden detrás de sus oficios o de su solemnidad o de su ética para no correr ningún riesgo. Son necios, y deberían ser crucificados. Buscan la respuesta a su vida en la religión o en el cine o en los libros que escribieron los sabios, cuando el único sentido de la vida está afuera, en la calle, y no ven que los libros son sólo una ayuda, porque ninguna edición del Tao ni de la Biblia nos puede enseñar a amar sin correr el riesgo de sentir dolor, o a practicar el coito como maestros, o a silbar una tonada mientras caminamos de regreso a casa. Todo lo que es fundamental en la vida se aprende en el acto, y nunca por medio de la palabra escrita. Aprender a silbar es fundamental, ligar es fundamental. Me atrevería a decir que quien no sabe silbar con despreocupación es porque tampoco sabe ligar, ya que estas dos características van indisolublemente adheridas a la vida de los hombres sencillos y felices. Todo el mundo sabe que tupirle a miriñaque es una de aquellas cosas que podemos hacer muy bien, así que, ¿por qué no hacerlo cuantas veces se pueda? En la práctica está la verdadera destreza del artista, y para vivir hay que aprender a ser un artista del trapecio, alguien que es capaz de guardar el equilibrio en cualquier circunstancia, por más duras y abrumadoras que nos parezcan.
Por supuesto, el coito no es duro ni abrumador. Lo duro y abrumador realmente consiste en la tarea de llevarse a alguien a la cama. Esa es la principal fuente de odio e insatisfacción que existe en el mundo. En el fondo, todos los problemas económicos y políticos y sociales que han tenido lugar en los cinco continentes del globo se deben a hombres que nunca tiraron como hubieran querido, y que nunca fueron amados por nadie porque eran asquerosos y estúpidos. Pienso en Mancuso o en don Berna, o en Pinochet. Hombres hambrientos de sexo y poder que se negaron a aceptar su condición de perdedores, y que luego se convirtieron al evangelio de la infamia para adquirir respeto; ellos fueron los que ocasionaron la Segunda Guerra Mundial, la invasión a Iraq y Afganistán, las múltiples masacres que han ocurrido en los países atrasados.
La gloria no sería un premio apetecible si no prometiera la gracia del sexo fácil. Eso lo saben muy bien los políticos y militares, y algunos deportistas famosos. También lo intuyen otras personas, como los integrantes de los grupos al margen de la ley que habitan en las universidades públicas. La mayoría de los estudiantes que alimentan estos grupos son imberbes que nunca han tenido novia ni han follado como debieran, y buscan su propia gloria, aunque sus ideales estén más orientados al sacrificio y la redención social que a la riqueza material. Defienden ideas fácilmente rebatibles, se esmeran por alcanzar una fantasía utópica, pero son incapaces de crecer más allá de lo que les permite el peso de su propia ideología. En esa medida, una cosa se hace clara: no importa si lo que guía a los hombres son sus ideales o las ganas de hacerse repugnantemente ricos e importantes, la ambición siempre será obtener aquello de lo que se ha carecido, y en este caso ya sabemos lo que es.
Todo el mundo quiere ligar.
Ahora ya no sé que más podría decir acerca de los falos y las vaginas. Veo que ni siquiera estoy utilizando las citas y los argumentos que caracterizan a un verdadero ensayista. El ensayista es alguien que busca convencer a sus lectores de lo que dice, y para eso utiliza locuciones y referencias a obras maestras que le dan autoridad, pero yo no pretendo convencer a nadie de nada. Cuanto más, quisiera continuar escribiendo palabras sólo por el hecho de hacerlo, y decir algunas cosas que me parecen importantes. Por ejemplo: es bueno coger con la barriga llena. Aunque no haya amor de por medio, eso también se parece a la felicidad.
Otra cosa que habría que saber acerca del sexo es que no siempre es una experiencia gratificante. Inicialmente, pertenecemos a una generación en donde el coito no es un tema vedado, sino que es algo que cualquier persona conoce porque lo ha visto o porque le han contado o porque lo ha hecho. Se nos enseña que debemos ser responsables con nuestra sexualidad, pero a la vez se nos bombardea con miedo y vejación, y muchas veces la primera relación sexual resulta ser una decepción muy lejana a la fantasía erótica que imaginamos porque carece de espontaneidad y amor, pero sobre todo porque la precede el miedo.
No hay nada que se asimile tan fácilmente como el miedo. Nuestros padres lo aprendieron muy bien, y nos lo transmitieron como una baba en la sangre. El miedo es lo que hace que la mayoría de las personas se pierdan en sus propias vidas y se conformen con ser lo que les piden que sean. Todo el sistema está hecho para decirte lo que deberías ser, y mientras más se cree en una aparente independencia, más hundido se está en el autoengaño y el desatino. Nadie puede saber lo que realmente quiere hacer con su vida si no otea todas sus opciones, y por lo general siempre hay opciones, sólo que a nosotros nos enseñaron que para triunfar no quedan más que algunas pocas: hacerse profesional, trabajar y amasar fortuna, ascender de clase. Ésa es la regla con que miden nuestras capacidades, y aquellos que no alcanzan el nivel de las expectativas con que nos postulan para alcanzar el mañana (un mañana que se disuelve en un presente de constante esfuerzo y trabajo) son llamados fracasados, y aquellos otros que no se adaptan y quieren escapar de ése parámetro simplemente no lo hacen porque les aterra lo desconocido; es decir, la senda del perdedor. Se quedan chapoteando y retorciéndose y moviendo las bronqueas como peces fuera del agua. Follan mal, porque nadie que viva en la mentira puede follar bien, y mueren rodeados de hijos que repetirán su condición de cobardes.
La honestidad es un requisito ineludible para tener buen sexo. Los que son honestos mueren con una sonrisa en la cara, y tiran hasta el último día de sus vidas. Sé que mis palabras parecen las sentencias de alguien que conoce al dedillo todo lo que dice, pero eso sólo es así porque son las palabras de un escritor. Lo mismo valdría si alguien se me acercara en la calle para refutar lo que digo. No me importa. Sólo yo creo en lo que digo: bailo solo, rio solo, canto solo y con eso me basta para continuar deslizando frases en esta línea textual que no me lleva a ningún lado, pero que le brinda consuelo y sentido a mis días.
Recordaos: semen retentum venenum est
domingo, 28 de agosto de 2011
a propósito de los falos y las vaginas y otras desavenencias
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