La mierda se circunscribe alrededor de la vida de los poetas. Eso fue lo que le pasó a Carlos Framb, por ejemplo. Su país lo acusó de homicida por el hecho de abreviar el sufrimiento de su madre, y como él mismo intentó quitarse la vida, el Estado lo condenó, y lo trató como a un delincuente enfermo al que es necesario sancionar y corregir dentro de un patio penitenciario. Entonces arreció una tormenta de mierda sobre el bardo. Por eso, si uno se intenta matar y calienta el agua de la bañera para desangrarse sin dolor, o si deglutimos hasta el fondo un coctel de veneno para ratas, o si nos practicamos una mala hipoxifilia en la habitación de un burdel, entonces, en el desafortunado caso de no morir, viviremos para convertimos en criminales.
Pero el suicidio siempre es una opción, como lo ilustran los siguientes casos:
Este es Stefan Zweig y la mujer que se encuentra a su lado es Charlotte Altman, su esposa y antigua secretaria. Ambos murieron en la misma fecha y en igual condición. Un día antes de que sus cuerpos fueran descubiertos, los Zweig se dirigieron a la oficina de correos de Petrópolis, en Brasil, y enviaron varias cartas de despedida para sus amigos. Luego volvieron a su casa y se encerraron en su cuarto, del que salieron al día siguiente envueltos en un par de mortajas blancas. Junto a la pareja fue descubierto un frasco vacío de barbitúricos y una carta en donde el maestro explicaba lo ocurrido.
Estos son André y Dorine Gorz. Sus cuerpos fueron hallados el lunes 24 de septiembre de 2007 en su casa de Vosnon, en Francia. Dorine sufría de una enfermedad degenerativa que obligó a André a dejar su trabajo en el Nouvel Observateur de París para ocuparse por completo en sus cuidados. Un año atrás fue publicado Carta a D. Historia de un amor, en donde el filósofo detallaba algunos episodios de su vida conyugal y reiteraba el amor que lo unía a su esposa, con quien vivió a lo largo de 58 años. En la puerta de los Gorz se encontró una nota en donde se solicitaba la presencia de los gendarmes para efectuar el levantamiento de los cadáveres.
Este es Arthur Coestler junto a su esposa, Cynthia Jefferies. Ambos murieron en el salón principal del piso superior de su casa. Tres días después de su muerte, su empleada doméstica encontró una hoja de papel en la que Arthur había escrito: Por favor, no vayas al piso de arriba. Telefonea a la policía y diles que vengan a casa. El cuerpo del escritor se encontraba arrellanado en su sillón, con una copa de coñac en la mano, mientras que el de Cynthia reposaba sobre un sofá gris, junto a una botella de whisky. Arthur sufría del mal de Parkinson y de una variedad de leucemia que lo estaba matando lentamente. Ese mismo día, un veterinario amigo le dio muerte a su perro, quien acompañó a la pareja por más de una década.
Este es Carlos Framb, y la mujer que está a la izquierda de la fotografía es su madre, Luzmila Alzate. El sábado 20 de octubre de 2007 fueron encontrados en su apartamento del barrio El Estadio, en Medellín, tras haber ingerido una dosis letal de morfina mezclada con yogurt. La madre del poeta contaba con 82 años y sufría de dolores continuos por artrosis deformante, cefalalgia y ceguera por degeneración de la retina. Dos días después, Carlos despertó en una habitación del Hospital San Vicente de Paul y su madre fue enterrada en un cementerio ubicado a unas cuantas calles de allí. Al haber sobrevivido en su intento de suicidio, el autor de Antínoo fue demandado por el delito de homicidio agravado y siete días más tarde fue trasladado en una camioneta policial a un calabozo de la fiscalía.
El libro en el que Carlos Framb narra sus peripecias contra el sistema penal colombiano salió a la luz en Mayo del 2009. No fue un éxito editorial, pero se vendió bien. Un año atrás, el poeta tuvo que echar sobre la mesa todas sus cartas para lograr quedar exento del delito que se le inculpaba. El abogado demandante acusó al detenido con el argumento de que éste habría inducido a su madre al suicidio. Carlos Framb reiteró a lo largo del juicio que la decisión de quitarse la vida había sido tomada en un mutuo acuerdo entre ella y él, y para justificarse esgrimió tres explicaciones: en el caso de la señora Luzmila Alzate, afirmó que ésta se encontraba gravemente enferma (como lo reiteró en audiencia pública su médico de cabecera). También arguyó que su madre padecía de una profunda depresión con rasgos de bradipsiquia y que los dolores físicos que sufría en sus músculos y huesos se habían tornado, al final de su vida, completamente insoportables.
En Colombia, este acto se llama homicidio por piedad y su condena oscila entre los seis meses y los tres años de cárcel. Carlos Framb pagó 150 días encerrado en una celda de la Cárcel de Yarumal tratando de demostrar su inocencia. Tras un juicio reñido, en el que se apeló a todo tipo de tácticas y pericias judiciales, Framb fue puesto en libertad condicional durante dos años. Y hace exactamente dos semanas se cumplió el término de su condena.
Ahora, antes de continuar, les voy a contar otra historia.
En el año 1971, Dalton Trumbo rodó junto a Luís Buñuel la versión cinematográfica de su novela más famosa: Johnny cogió su fusil. En ella se cuenta la historia de un cadete que es enviado al frente militar, en donde pierde parte de su quijada, sus dos brazos y sus piernas. Con el tiempo, el soldado se convierte en un desecho humano al que se mantiene con vida por medio de un tubo de plástico introducido en la tráquea. Johnny quiere morir, pero ni las enfermeras que le limpian a diario las secreciones de mierda ni los doctores que estudian los reflejos de su cuerpo hacen algo para ayudarlo. Finalmente, cuando una de las practicantes lo asiste e intenta asfixiarlo con el cabezal de su cama, ésta es descubierta y detenida por su superior.
Ahí se acaba la película y surgen las preguntas.
¿Tienen derecho a morir dignamente los desgraciados y los enfermos? ¿Tiene el ciudadano de a pié la opción de decidir el momento en que desea convertirse en comida para los gusanos? Séneca escribió alguna vez que era preferible quitarse la vida, a arrastrar con una existencia sin sentido y con sufrimiento. Yo pienso lo mismo, pero además creo que la vida no vale nada por sí misma, sino en función de una idea que nos devore y nos sobreviva.
Yo leí el libro de Framb, y lo encontré sereno y lúcido, como si la mano que lo hubiera escrito fuera la de alguien que ha renacido después de caminar sobre el teflón de una pesadilla herética.
Su libro, por ejemplo, fue una buena razón para seguir viviendo.
miércoles, 14 de abril de 2010
el suicidio de los amantes
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